sábado, 29 de noviembre de 2008

Dos poemas a mi amor

Luna de madera


La luna se desangra en tu espalda.
Luna de madera y cal
barre los espejismos de tus pestañas,
desgarra los labios fríos
de una noche blanca acunada en sus enaguas.

Luna de sal en los huesos,
de pechos magros, leche amarga.
Luna de astillas, revoltijo de arena y espinas.

Luna desangrada,
derrama soles apagados
para eclipsar la estrella en tus manos,
tensa con su gélida escarcha
la planicie de sedas en tu espalda.

Cultivo besos y luciérnagas
donde tus cabellos negros rocen
las terminales lunares
para cubrir sus inviernos con mi manto,
para darte mi amor, mi llovizna,
mis océanos extraviados,
que es todo lo que tengo, ya lo sabes.



Anochecer con lluvia


Guardo una fábrica de sueños
oculta entre las curvas de tu espalda,
en la duna ardiente de tu hombro.
Sueños intangibles que escriben sus líneas
con las yemas de tus dedos sobre mi piel.
Tus labios fértiles recitan sus diálogos,
mientras pájaros de colores
aletean en los laberintos y rincones
que se forman en las aristas,
pendientes en celo
entre mis piernas y tu sed.

Y yo simplemente,
adoro el aroma a lluvia de tu boca
desatando la tormenta sobre mí.

Algunos poemas breves


Segmento de rutas cósmicas


Soy todo lo que existe pues alcancé la sabiduría de no ser yo.
¡¡Cabe tan poco en un pronombre!!
Juana Vázquez (poeta española)


No puedo asirme de los rayos de tu luz
que rebotan en mi cántaro, rebotan y se van.
Acaso sea su destino ser fragmento, no ser ni pertenecer,
hacer parada obligada en la retina del que aspira
a diluirse en luz escurrida y desaparecer para dejar su rastro
en la renovación de los caminos.
Qué sea mi labor llevar el resplandor que el oráculo me augura,
surcaré su cielo de espejos plateados sin ser vista,
para ser yo en todos y todos en mí.

Y gestaré para ti un embrión de espuma dorada
para alimentar la serena infinitud de tu espacio.



Diciéndome


Si existen tantos cielos como estrellas,
tantos comienzos como abismos y calles sin salida,
si los pájaros insisten en ponerle alas a nuestras vallas,
y hay tanto dolor como perfumes de estaciones
que retornan empacadas en despertar nuestros vestigios,
entonces
he decidido vivir con la libertad de una gota de mar
que fluye pequeña y majestuosa, en sumisa aceptación
de las fuerzas misteriosas que la agitan,
silenciosa y trémula,
aunada al vaivén de las mareas
como las notas del canto de una ballena,
con el secreto compartido del universo
guardado en mis cimientes.



Un lecho en el mar


El mar envuelve con su manto azulino
a esa mujer que duerme sus sueños
en el fondo de su vientre blando.
Su silueta apenas se recorta en la amplitud
del silencio salado, y murmura un nombre
que jamás llegará a tus oídos.